Conflicto de personalidad

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Cuesta creer que en menos de tres semanas se haya escapado una chance histórica de recuperar el prestigio que alguna vez tuvo Independiente. Primero el Jubilo Iwata y después el Inter de Porto de Alegre, se aprovecharon de un equipo que todavía no encuentra una identidad adentro de la cancha. Ya pasó la vuelta de la Recopa, y una vez más se perdió un título de forma de increíble.

Hablando en términos psicológicos, la esquizofrenia presente en el once inicial que todos los fines de semana sale a la cancha es alarmante. Es muy difícil analizar a un equipo que gana y gusta, pero que al poco tiempo se arrastra en la cancha, ya sea en el torneo local o en copas. No fue precisamente esto último lo que pasó en el Beira Río, pero sin dudas, hay que reconocer que faltó la convicción para ir a buscar el partido, tanto de parte de los jugadores como del entrenador.

De cualquier forma, hay un contexto que respetar. El siempre complicado Inter viene de festejo en festejo, con una base sólida y una idea de juego que se sostiene aún en los momentos malos y, como si fuese poco, la localía es un factor importante que los brasileños saben aprovechar muy bien. Más allá de eso, los dirigidos por Dorival Junior no fueron el equipo que brilló en los últimos tiempos, pero con grandes individualidades, una columna vertebral armada correctamente y un oportunismo asombroso, le alcanzó para ser más que Independiente.

Ahora, hablando estrictamente de fútbol, se encuentran cosas que no pueden emparejar todo lo anterior. Los errores propios estuvieron a la altura del mérito ajeno, lo que devino en una combinación fatal para el Rojo: la mala noche de Gabriel Milito e Hilario Navarro fue importantísima para que el Inter complique a Independiente y lo supere en convencimiento y habilidad, mientras que los delanteros y los mediocampistas soportaron y especularon más de lo necesario.

Finalmente, y ya sea justo o injusto, la responsabilidad mayor recae siempre, en todos los equipos, sobre el entrenador. En este caso, se ve a un Antonio Mohamed que perdió la chispa motivadora de sus comienzos, que no encuentra el orden táctico para sacar la situación adelante y que no logra dominar el nerviosismo de los partidos importantes. Así, Independiente volvió a perder una final y volvió a dejar una imagen que es muy difícil de descifrar desde el compromiso, la personalidad y la identidad de un jugador. Si hay voluntad para corregirlo, lo mejor es que no sea demasiado tarde.

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