Murió y renació

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A pesar de una mínima ilusión, tal vez ingenua, todos los que fuimos al Libertadores de América, sabíamos a qué íbamos: a despedir a un amigo que se va tras una larga y sufrida agonía. Todos nos fuimos con él, porque no lo dejamos, en su peor momento no lo abandonamos. Morimos de pie, pero segundos más tarde resurgimos. Independiente perdió la categoría, pero no la grandeza.

Al llegar al estadio ya se notaba un aire diferente, no era un partido más y con el correr de lo minutos ni siquiera fue eso, se transformó en un cardiograma y sólo veíamos como sufría, sin olvidar como lo conocimos, toda la gloria que había ganado y que nunca se irá, porque eso queda en la eternidad y jamás podrán borrarlo.

Cuando la resignación final se apoderó de nosotros, seguimos ahí,  igual que en el comienzo. Fue un año de mierda, llorando y gritando. Todo este tiempo fue descargase en su máxima expresión, esperando un gol que nos invite a la ilusión.

Hablar del partido está de más, a nadie le interesa y solamente quedará para la estadística. Cuando llegó el final, seguramente  entre tanto dolor, todos hicimos un espacio para tener un poco de alivio. Si estuviste ahí, sentite orgulloso, porque le dimos el ejemplo a todos: insultamos a los culpables, apoyamos a los pibes que se hicieron cargo de este duro momento, dejamos la vida en la tribuna y cuidamos lo que es nuestro.  Y si no estuviste, también inflá el pecho, porque el grito de esas almas, fue el de los más de cuatro millones de hinchas desparramados por el país.

Independiente se fue grande, como su historia lo marca. Cuando todos los mediocres esperaban ver correr sangre,  apareció el verdadero hincha incondicional que lloró, exigió y gritó hasta quedarse seco. Independiente murió y comenzó a renacer inmediatamente gracias a su gente, que tendrá para siempre una cicatriz inolvidable, esa que nos dejaron los que en los últimos 10 años tomaron decisiones.